1 de agosto de 2008

El lenguaje (políticamente) correcto


Por hipocresía llaman al negro moreno; trato a la usura; a la putería casa; al barbero sastre de barbas y al mozo de mulas gentilhombre del camino.
FRANCISCO DE QUEVEDO


Hola a todos (y a todas...).

Vivimos tiempos en los que el lenguaje está siendo apandado y fariseizado -como diría John Locke- por los poderes públicos (ese grupúsculo de fanáticos del poder que ahora se llama clase política y que en realidad practica, casi invariablemente, la misma política de clases), los poderes fácticos (como la Iglesia, la banca o la prensa) y, en general, por los tontos y modernos (y las tontas y modernas) del mundo, que dicho sea de paso no son pocos. Y sí muy peligrosos, porque hoy día son los principales transmisores de la palabra escrita (también lo son futbolistas y escritores, aunque los primeros no poseen un repertorio demasiado amplio y los segundos no suelen ser tomados en serio). Este asunto lleva preocupándome desde hace ya algún tiempo.

Esta mañana, sin embargo, he encontrado un texto extremadamente útil que me ha ayudado a resolver un gran número de dudas que albergaba en relación al lenguaje "políticamente correcto", y más concretamente en relación al uso de ciertos términos masculinos, femeninos y neutros, con los que últimamente anda enredando no sé bien qué ministra, ni por qué.

El texto en cuestión corresponde a un resumen de la lección inaugural del curso 2006-2007 de la Universidad de Oviedo, impartida por el Catedrático de Lengua Española José Antonio Martínez García. Aunque podéis descargar la lección completa accediendo al Chinchibox (http://www.box.net/shared/r7lsrc9wk0), os dejo aquí un breve fragmento, para que os hagáis una idea de por dónde fueron los tiros:

"[...] Al ser el masculino el término indefinido, puede decirse que sustantivos como rector, médico, presidente, capataz o peón, solo son masculinos de facto: basta con que una nueva realidad histórica y social lo demande, para que se especifiquen como femeninos los correspondientes rectora, médica, presidenta, capataza o peona. (En cambio, son contados los casos de masculinización: modisto, comadrón, azafato, y no sé si alguno más.) No hay límite lingüístico para la feminización de los masculinos: no será por falta de nombres femeninos por lo que las mujeres no alcancen los más altos cargos, puestos o empleos; ni porque se habiliten femeninos a troche y moche, se van a satisfacer antes las legítimas demandas y los méritos seculares de las mujeres. [...] En cuestión de léxico, las lenguas siguen los pasos a la realidad histórica, y no al revés. En este aspecto, la lengua funciona como uno de esos mecanismos autolimpiables: no necesita reformas programadas por ninguna Academia ni autoridad, se adapta a las nuevas realidades y se actualiza sobre la marcha del ejercicio comunicativo.

Pero la diferenciación genérica y sexual ha querido llevarse también al terreno de la sintaxis, a los enunciados concretos, en forma del doblete; este ha llegado, casi por sí solo, a seña de identidad del lenguaje no sexista, que, por supuesto, señala como políticamente correcta a cualquier persona que haga uso de él: profesoras y profesores, alumnas y alumnos, amigas y amigos: "buenos días" (o "buenas tardes") a todas y a todos.

Esta fórmula -que prolonga el señoras y señores de siempre- se ha generalizado en los actos de palabra públicos y formales: mítines políticos, solemnes alocuciones, aperturas de curso..., hasta el punto de que no seguir esta convención verbal sería hoy ya casi una grosería. El doblete puede resultar elegante, pero siempre que no sobrepase los límites del vocativo. Porque, cuando entra en las normales funciones sintácticas del enunciado, puede amargarle la elocución al más temerario de los oradores, y también meter al auditorio en una situación de nerviosismo incontrolable: Como socias y socios de esta ONG, todas y todos tenemos derecho a mostrarnos contrarias y contrarios al nuevo anteproyecto de ley del Gobierno: ninguna ni ninguno debe permanecer callada ni callado ante la nueva tesitura... [...]"

Aunque todo este asunto no sea nada nuevo (¿recordáis la absurda manía de Stan / Loretta -aquel hombre que quería ser mujer, interpretado por Eric Idle- en el film La vida de Brian por incurrir en el anacoluto?), creo que todos los amantes de la lengua deberíamos criticar el uso partidista o estúpido de la misma, porque el lenguaje es siempre imparcial, y nosotros los que no parecemos capaces de serlo. Determinada acción bélica -una misma- podría ser para unos misión de paz, para otros lucha armada y para los demás terrorismo. Pero los tres grupos coincidirán al menos en una cosa: se trata de la guerra, con todo lo que ello conlleva y significa. Una de las más elevadas virtudes del idioma es precisamente la inviolabilidad de cualquier correspondencia mental entre una idea y su significante -la palabra y su imagen-; las caras que ponemos a los significados son siempre verdaderas, hablemos como médica, abogado, concejala o publicitario. Nosotros no estamos por encima del lenguaje; el lenguaje nos sobrevivirá, y en ese sentido siempre ha estado por encima de nosotros. Pensar lo contrario es querer ponerle puertas al campo.

Por cierto, papá... ¿por qué las arquitectas quieren seguir llamándose arquitectos?

Un fuerte abrazo; hasta pronto.

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