14 de octubre de 2008

Moleskine (II): Senglea


Senglea, 4 de Septiembre de 2008
En ambas orillas

[...] En el puerto de Vittoriosa he negociado con mi Caronte particular para que me cruzara a Senglea navegando en su bote, de manufactura local. Cruce de Vittoriosa a Senglea en bote de manufactura local + conversación amena: 2 €.

En el paseo de Senglea los restaurantes son kioscos con mesas y sillas de plástico, estilo merendero; su puerto sin muelles. En su costa fondean pequeños balandros y típicas barquitas de pescadores. Me encanta. Al otro lado, en el puerto de Vittoriosa, se alza imponente el Casino di Venezia, los locales exhiben vajilla y mobiliario de diseño vanguardista, y en sus sofisticadísimos muelles repostan como sedientos leviatanes yates de cuarenta metros de eslora. Me sorprende. Curioso que, en un espacio tan limitado, y separadas tan solo por una breve lengua de mar, convivan en total solidaridad y armonía dos maneras tan ajenas de poblar la Tierra.

Hay festa en Senglea y calles e iglesia han sido engalanadas con un risueño ejército de luces eléctricas de múltiples colores. En la terraza del kiosco canta una mujer de rojo con voz de títulos de crédito de un film de Bond, James Bond. Canta temas clásicos estadounidenses, británicos, italianos y franceses, que en su mayoría constituyeron grandes éxitos en los años 50 y 60. [...] Me han traído una cerveza Cisk que no está nada mal. Posee ciertos matices que podrían recordarme incluso a la Cobra, que es una de las mejores cervezas del mundo. Aprendo que "gracias" se dice en maltés "grazi".

Desde esta margen del Gran Puerto (Grand Harbour) hay una espléndida vista de La Valeta; brilla en la noche iluminada por docenas de cañones de luz. Es vetusta, es una ciudad en destrucción, azotada por la violenta erosión de una guerra casi eterna. Sus murallas, fortalezas, terrazas y calles conforman un paisaje laberíntico escheriano de varios niveles, perfectamente capaz de desconcertar al más intrépido de los exploradores. Esta tarde he vivido una experiencia hermético-garajiana cuando he tratado de entrar por segunda vez en la Concatedral de San Juan. La mujer de la taquilla se ha reído a gusto conmigo al darnos cuenta, más o menos a la vez, de que efectivamente había pasado ya por allí. Esa sensación de rara complicidad, al experimentarse respecto a completos desconocidos, resulta fascinante. Despoja de todo prejuicio con la máxima belleza y rapidez.

Ahora me encuentro en -o me pierdo por- lo que parece ser la "plaza mayor" de Senglea. La orchestra popolari sengleana Vincitrice alterna piezas clásicas y versiones de pop bajo la luna. Sentado en una silla plegable de madera en mitad de la calle, disfruto de la ajetreada compañía de otras muchas personas que, como yo, gozan de la música en la noche. Es la festa della Bambina, María "Bambina", la virgen patrona del lugar. Al término del concierto, me doy cuenta de que la práctica totalidad de los músicos pertenece al cuerpo de policía. :-0

He preguntado a sus compañeros por el autobús de vuelta a La Valeta y me han comentado que el servicio finaliza a las diez de la noche. En sus relojes eran las once y cuarto. Así que les he vuelto a preguntar, esta vez por algún taxi, y me han enviado al Centro Social de Senglea, un garito chiquitujo híbrido entre el salón de videojuegos y el burdel de carretera. La mujer que allí atendía ha contactado con otra y ésta última ha localizado a su vez a cierto primo o a cierto cuñado.


La Valeta, 4 de Septiembre de 2008
Terrazas

Y ha aparecido Duncan, un chico joven y educado, con su Nissan, y me ha dejado en la terminal de autobuses de La Valeta. Me ha dicho que lo pactado eran 15 €, pero yo sólo tenía 10,60 €. Humildemente, le he pedido disculpas, y me he ofrecido a caminar hasta el hotel, coger 5 € que allí tenía y regresar, para aclarar las cuentas. No obstante, no le ha parecido muy buena idea, y se ha marchado de nuevo a Senglea, dejándome con la duda de si habré provocado alguna que otra discusión surrealista.

La verdad es que creí que eran 10 €.

Acaba de llegar la medianoche y estoy en la terraza del British, que es a todas luces lo mejor del hotel, con una panorámica inmensa del Grand Harbour como en un lienzo holandés. Desde aquí puedo ver Senglea con claridad, aunque por tierra se tardan unos 15 o 20 minutos (en coche y pilotando un maltés o maltesa). El fuerte de Saint Angelo descansa de sus múltiples heridas. Parece hibernar, esperar criogenizado alguna época capaz de restituirle su naturaleza, de devolverle la oportunidad de ser empleado en el arte para el que fue concebido, que es la guerra. Desde luego no creo que se conforme con hacer de atracción turística. [...]




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