Michelangelo Merisi da Caravaggio (1571-1610)
Museo de la Concatedral de San Juan, Valletta (Malta)
"Es la noche de San Juan,
noche de soñar las hadas.
Sueñan las guapas ser lindas
y las feas en ser guapas."
NOCHE mágica y fecunda tan vieja como el mundo, medio dormida de voluptuosidad, en la que existe un embrujo de la Naturaleza que se siente fuerte y hercúlea; noche polifacética de prodigiosos augures en que la Muerte está condenada a la inactividad y que guarda desde los tiempos más remotos la maravillosa leyenda de que durante ella es imposible morir, o si se muere será a la manera del judío errante Ashavero que de su falsa muerte retornó.
Concepto mítico que fue sirviendo a la humanidad durante esta fiesta como de opio consolador, por el cual el pecado iba a retirarse de las almas cuando éstas concebían una ilusoria esperanza de conseguir la Verdad.
Noche de alacridades iluminada por las hogueras con rozo, "garabitas" y piornos para saltar por las lumbradas o fogatas de humo inmaculado y tupido que aún conservan, desde cuando la Historia era leyenda en cierne, un sentido diáfano e inocente de idolatría primigenia al fuego. Espectáculo en el que el agua, el fuego y los vegetales se entregan en un connubio casto y constituyen el material de los ritos aldeanos a través de los cuales asoma su carátula el espíritu de la magia.
Noche, en fin, en la que el amor prende todas las cosas en una intimidad de tentación y en la que los muchachos de algunos pueblos españoles pasaban descalzos sobre las ascuas esparcidas como ofrecimiento al santo para que les librase de enfermedades y de peligros.
Fiesta en suma en la que al amanecer del nuevo día dicen que con arrebatos de vida prepotente "baila" el rey de los astros.
Con su sello de ritos del amor y del fuego, las rojas llamas de San Juan (tan rojas como las "mayuetas" o fresas silvestres denominadas "moras de San Juan") se dice que son como el reverbero de aquel ímpetu arrollador que llegó hasta el suntuoso palacio de Herodes Antipas o Antipater y se derramó en rubios hilos de sangre preciosa, al corte de su garganta anunciadora. Y se tienen como albura de corazón que no logró empañar el rencor de la adúltera Herodías mujer del tetrarca y de su hermano Filipo ni los encendidos deseos de su hijastra Salomé.
Quizás por eso la noche de San Juan trae también sortilegios y dejos de amores paganos que se queman en las ceremonias de sus grandes fogarines, lográndose sólo los castos e íntimos afectos envueltos con un halo mágico de azucenas en flor.
Ceremonial gentil de acrisolamiento por el agua y el fuego que perdurará, al decir de los exegetas, con sentido católico a la purificación más excelsa del bautismo de Juan.
De Juan el Bautista, el fuerte, el sobrio que perdió la cabeza de un hachazo por no doblar la cerviz en una reverencia.
Acaso la primera bailarina pirólatra fue una ninfa desnuda con torbellinos en la sangre que quiso imitar los ritmos de las salamandras y de las serpientes en esta noche sin par. Aunque, poco a poco, un voltaje mágico se fuera elevando en sus movimientos y un galvanizador telepático la hiciera bailar como odalisca ante el sultán y cada vez más vertiginosamente para sus dioses hasta creerse igual a ellos.
Yo al menos sospecho que al alborear, y cuando esta insuperable bayadera acabó su intento, la comisura de sus labios debieron de conservar el rictus más apasionante e inefable de su divino y postrero besar.
También este fuego sagrado, que a los espíritus malignos cauteriza al flamear, lo hace vertiéndolos sensualismo por todo el cuerpo y un fulgor vivo de rescoldo en los ojos, por lo cual se retuercen como Salomé o como Zhara, la de pelo endrino y cutis como los ampos de la nieve, en la danza de la abeja.
Sabido es que también la llama fue uno de los más terribles secretos de Luzbel.
Diríase que van dejando en su agonía escorzos y garabatos picassianos, semejando diablos con tridentes que revuelven sus cenizas y aumentan la "garma" (enredo) de las pavesas que revolotean por la periferia como murciélagos temulentos.
Y aunque la piromancia era entonces casi inusitada, el saltar de los mortales sobre la pira les poseía de la gloria de un alto destino:
Que la lumbre de San Juan
me libre de todo mal.
Y por ella he de saltar
pa' tener un buen casar.
[...]
Adriano García-Lomas (1881-1972)
Mitología y supersiticiones de Cantabria (1964)
Through the darkness of future past
the magician longs to see
once chants out between two worlds:
fire walk with me.
David Lynch (1946)
Twin Peaks (1990)
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